Cayó uno de los jefes ocultos del terrorismo de Estado
Miró a la cámara, y dijo: “Me inclino por McCain porque Obama no tiene experiencia de gestión”.
Y completó su idea con las siguientes palabras:
–Los norteamericanos saben que si el martes le dan el voto al negro será el inicio de una tragedia histórica.
Así culminó su intervención en el programa De frente emitido por la señal Telemax durante la noche del 30 de octubre. Y antes de retirase, le prometió a los conductores Horacio García Belsunce y Malú Kikuchi regresar la semana que viene. Lo cierto es que una razón de fuerza mayor se lo impediría.
Al caer la tarde del jueves pasado, ese sujeto de cara mofletuda y gesto adusto salía con pantalones cortos de un gimnasio situado sobre la avenida Pueyrredón al 1700, cuando lo rodearon tres hombres que exhibieron credenciales de la Policía Federal.
Al día siguiente de su arresto, el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, dio a conocer su identidad. Se trataba nada menos que de Julio Alberto Cirino, un antiguo jerarca del Batallón 601 de Inteligencia que fue enlace durante la dictadura entre dicho organismo y la embajada de los Estados Unidos, además de haber sido jefe de un Grupo de Tareas.
“Cirino –dijo el funcionario– solía operar bajo la falsa identidad de Jorge Contreras. Estaría involucrado en numerosas desapariciones. No fue ajeno al Plan Cóndor ni a la misión represiva de los militares argentinos en América Central. Los hechos surgen de documentos desclasificados en su momento por el Departamento de Estado norteamericano”. Duhalde agregó que “tras de caer el último gobierno de facto, Cirino no se corrió de la escena sino que fue empleado de la Side, agregado en la embajada argentina en Washington y, hasta hace sólo unos días, daba conferencias como experto en temas de seguridad”.
El represor fue detenido por orden del juez federal Ariel Lijo, que instruye una causa conocida como “Contraofensiva”; la misma se refiere al secuestro y ejecución de militantes montoneros llegados del exilio. El magistrado se basó en una minuciosa investigación documental efectuada por un equipo del Archivo Nacional de la Memoria, dependiente de la Secretaría de Derechos Humanos.
Y, por cierto, la originalidad de su captura radica precisamente en ello: el hombre que se hacía llamar Contreras no estaba mencionado en ninguna causa ni denuncia de familiares de desaparecidos o sobrevivientes; por el contrario, su condición de cuadro del terrorismo de Estado era un secreto guardado bajo siete llaves. Debido a ello, claro, había vuelto a su verdadera identidad y no se encontraba prófugo. Pero el cruce de los documentos norteamericanos y los datos obrantes en su legajo militar lo llevaron de manera irremediable hacia la desgracia. Y a la vez describen una historia escalofriante.
Pluma, espada y palabra. Nacido el 4 de diciembre de 1950, Cirino fue alumno del Colegio La Salle. En esos días comenzó a frecuentar grupos católicos ligados al sacerdote antisemita Julio Meinvielle. Luego estudió en la Universidad del Salvador, donde obtuvo una licenciatura en Historia. Corría 1974, y su relación personal con el interventor de la Universidad de Buenos Aires, Alberto Ottalagano –el mismo que solía posar para los fotógrafos haciendo el saludo fascista– le abrió las puertas de la Facultad de Derecho como ayudante de una cátedra. En 1976 publicó el libro Argentina frente a la guerra marxista; en sus páginas expone algunas sutilezas como “combatir a los subversivos con fusilamientos in situ”. A principios de 1977, con una recomendación firmada por un teniente coronel apellidado Menchaca, pudo ingresar al Batallón 601 como PCI (Personal Civil de Inteligencia). Allí su ascenso fue meteórico.
Fue el propio titular de la Jefatura II de Inteligencia, general Carlos Alberto Martínez, quien concretó su nombramiento. Ello, desde luego, no evitó que el flamante agente haya tenido que comenzar su carrera desde abajo. De hecho –según consta en su legajo–, tenía una “categoría 14 cuadro C subcuadro C-2”; es decir, era algo así como el último orejón del tarro. Sin embargo, el carácter desenvuelto y presumido de ese joven de apenas 27 años no tardó en deslumbrar a sus superiores; en especial al temible teniente coronel Jorge Arias Duval, que estaba al mando de la llamada Central de Reunión. Ese organismo era algo así como el sistema nervioso del Batallón 601 y sus hombres constituían la elite de la inteligencia militar. Lo cierto es que Cirino fue integrado allí como asesor universitario, antes de ser puesto al frente del Grupo de Tareas 7 (GT7), que operaba “sobre sectores estudiantiles, obreros y religiosos”. Ello también se detalla en su legajo. Cabe destacar que tal documento se refiere alternativamente a él con su nombre verdadero y el de cobertura.
Precisamente, haciéndose llamar Contreras mantuvo el 7 de agosto de 1979 una reunión con el consejero político de la embajada americana en Buenos Aires, William Hallman, y el oficial de Seguridad Regional, James Blystone. Sin haber cumplido aún los 30, Cirino era ya el agente de enlace entre los diplomáticos norteamericanos y el Servicio de Informaciones del Ejército (SIE).
El tema tratado en esa oportunidad –según el informe enviado por los dos norteamericanos a Washington– fue “Tuercas y tornillos de la represión gubernamental a la subversión”, en el que constan detalles pormenorizados del terrorismo de Estado en Argentina.
Contreras se presentó como jefe del GT7, y contó que antes encabezaba una sección dedicada a estudiar a “chinos y rusos”. Dijo que el aparato represivo era “un entramado complejo de entes secretos y superpuestos”. Calculaba que el 80 por ciento de los centros clandestinos había dejado de funcionar. Y se permitió anticipar que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que al mes visitaría el país para verificar denuncias, “no va a encontrar paredes vacías porque habían sido remodelados” para no ser reconocidos. También informó que las “desapariciones bajaron de un modo brusco durante 1978”. Pero admitía que existen operaciones sin el permiso o conocimiento superior”. En este punto, aclaró: “Si se secuestra a la persona buscada, se publicita; si trae a un ama de casa o a la tía de alguien, se niega”. También dijo que “las personas que demostraban no tener vínculos con la subversión también eran eliminadas, ya que liberarlas implicaba que pudieran reconocer a los interrogadores”. Algunos comandantes –según su relato– creían “que el proceso era más importante que el individuo y que incluso los inocentes deben ser sacrificados a fin de evitar que el sistema peligre”. El represor dijo que “algunos prisioneros eran ejecutados aún luego de cooperar. En cambio, otros eran blanqueados”.
–¿Cuánto puede durar aún el proceso? –le preguntaron los norteamericanos.
–Es como si me preguntara qué tan largo es un pedazo de hilo –fue su respuesta.
En paralelo a su actividad represiva, siguió impartiendo clases en la UBA y, a partir de 1978, extendió su vocación académica a la Universidad de Mar del Plata, siendo también contratado por la Universidad de Belgrano, que tenía un aceitado vínculo institucional con el Ejército. En aquellos ámbitos, además de enseñar, efectuaba inteligencia sobre los estudiantes –ya se sabe que ello era parte de la función del GT7)– y, en el caso de ser secuestrado algún alumno suyo, intervenía en los interrogatorios. Al respecto, un documento aportado a la causa señala su protagonismo en la desaparición de al menos seis estudiantes.
A diferencia del grueso de sus camaradas de correrías, el regreso de la democracia no lo privó de tener un altísimo perfil; conferencias, clases magistrales e intervenciones televisivas fueron el combustible de su agenda cotidiana. En 1989 fue contratado en la Side por su flamante jefe, Juan Bautista Yofre. Y en 1993 accedió a un rango diplomático: primer secretario de la embajada argentina en Estados Unidos, por expreso pedido del entonces embajador Raúl Granillo Ocampo. Tanto es así que estuvo en Washington hasta 1998. Luego de los atentados a las Torres Gemelas recorrió el mundo como especialista en seguridad y terrorismo. Escribió un libro sobre los “populismos revolucionarios” en América latina y disertó sobre temas variados, ostentando títulos de periodista, historiador, presidente del Centro de Estudios Hemisféricos Alexis de Tocqueville y director de la agencia Notiar, fundada junto con su amigo Yofre. En 2003 participó de un seminario sobre seguridad regional organizado por el Comando Sur y la Junta Interamericana de Defensa. Por entonces pasó a ser asesor del Estado Mayor de la Armada. Y fue también columnista del programa radial de Malú Kikuchi, La Caja de Pandora. Ese podría ser el título de su biografía.
En los últimos meses se había convertido en un encendido defensor de la causa del campo y, en un diálogo radial con Alfredo De Angeli, sostuvo: “El Gobierno tiene una manía persecutoria, e interpreta que toda oposición tiene intenciones nefastas y ocultas”.
La respuesta del dirigente agrario fue:
–Muchísimas gracias, Don Julio por su inestimable apoyo.
Seguramente entonces Cirino no imaginaba la mala jugada que le depararía el destino. La desclasificación de los documentos norteamericanos son ahora una prueba lapidaria contra él. Es curioso que unos papeles tan añejos tuvieran un efecto tan estrepitoso sobre su presente.
En la noche del jueves, cuando uno de los policías le puso la esposas, ese hombre, simplemente, farfulló:
–Debe haber un error.
Pero no obtuvo respuesta.
Luego, un patrullero lo condujo al encuentro de su historia.
[Fuente: Diario Miradas al Sur, Ricardo Ragendorfer]